Wednesday, April 30, 2014

Capitalismo, derecho, cultura: la chapuza del ser humano

Capitalismo, derecho, cultura: la chapuza del ser humano



De entre todas las patologías hereditarias que, como familia, y familia consanguínea cerrada sobre sí misma (debido a las décadas de derrota política y hegemonía neoliberal), padecemos quienes integramos la izquierda, una, y no la menos extendida, es aquélla que consiste en cierto recelo, si no directamente hostilidad, contra el sentido común. El sentido común, imposible de encontrar en ningún lugar, imposible de asir o cuantificar, es un atadillo indescifrable en el que se anudan la tradición y la razón; cierta dosis de historia y cierta dosis de moralidad universal. Por lo que tiene de histórico y consuetudinario, la veta racionalista de la izquierda, cuando opera en el vacío (sin duda, insistimos, porque nadie razona bien cuando razona solo) siempre lo ha considerado como un subproducto del modo de producción, o como una atadura irracional de contingencias de la que había que desprenderse en el camino hacia la libertad.
¿Qué significa ser de izquierdas hoy? ¿Qué significa haber sido de izquierdas en cualquier siglo? Pues bien, Santiago Alba acaba de escribir un “panfleto” que fácilmente podría convertirse en una especie de Manifiesto Comunista de nuestro tiempo. El “sí menor” de la respuesta es menor como menor es el Cristo de Velázquez, que no es “nada más” que un dios de carne sobre fondo negro; como menor es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, mucho más parcos y minimalistas que, pongamos por caso, la constitución de Puerto Rico.  En estas pocas páginas se va destilando una afirmación rotunda y esencial, en la que naufraga inevitablemente todo patriotismo de partido, toda inercia identitaria. Porque ser de izquierdas, hoy, tiene que ver con aceptar esa moralidad colectiva común, que aceptan desde una “matrona griega” hasta un “conductor de autobús español”, y que fácilmente se puede expresar, por qué no, en los Mandamientos. Para darse cuenta, con ello, de que es imposible aceptar esa moralidad y aceptar al mismo tiempo el capitalismo ni el patriarcado.
«La izquierda no ha sabido defender el programa anticapitalista de la mayoría mientras la derecha capitalista, que lo traiciona y lo hace imposible, se apropia siempre sus votos. Hay gente que se cree de izquierdas y que es de derechas y gente que se cree de derechas y que es de izquierdas. Esta es la mayor parte de la gente. El problema es que votamos con lo que creemos que somos y no con lo que somos realmente», subraya.
Quizá nunca como ahora ha sido tan confusa la pluralidad de posturas intelectuales y políticas dentro de la izquierda, arrinconada en múltiples encrucijadas, ni nunca ha sido tan extremadamente urgente más claridad al respecto. En este laberinto el autor emprende una defensa del anticapitalismo, el derecho, la ecología y el feminismo que se hace cargo prácticamente de todas las polémicas internas que actualmente cada uno de esos puntos entraña. Porque Santiago Alba ha adquirido una doble madurez. Como filósofo podíamos decir que está de vuelta (en el sentido estrictamente platónico del asunto). Como poeta, comparte conChesterton (entre otras cosas) la habilidad de concentrar en un puñado de metáforas luminosas e inapelables la solución de sesudos problemas ontológicos, antropológicos y políticos.
La Historia no puede ser como “la Balsa de la medusa”, un recinto tan lleno de necesidad, de ley, que no quepa margen alguno para la dignidad, para la moral. Y si puede serlo en algún momento, hay que evitarlo a toda costa. Pero mientras no estemos en la balsa de la medusa es posible ser de izquierdas, y ser de izquierdas no puede consistir sino en blandir ese programa de la decencia común, ese sentido común, podríamos decir, sobrehegemónico. Porque el sentido común, ese conjunto simple de principios universales coagulados en la historia, es en cierto modo antihegemónico (en una sociedad que, como conjunto, no para de atentar contra todo sentido común), pero a la vez es siempre más hegemónico que cualquier hegemonía, puesto que interpela a la humanidad en su conjunto, desde Grecia hasta los mandamientos, desde la Puerta del Sol hasta Tahrir, desde los muertos hasta los no nacidos. Y desde esa hegemonía por encima de toda hegemonía particular debería hablar y actuar la izquierda, de un modo que permitiera al anticapitalismo consuetudinario, espontáneo, de los pueblos y las mayorías, descubrir que, mira tú por dónde, eran de izquierdas.
Y ese programa, en definitiva, se concreta en la fórmula, ya otras veces usada por el autor (pero quizá nunca tan bien expresada ni tan matizada), de la tríada “revolucionarios en lo económico, reformistas en lo institucional y conservadores en lo antropológico”. Tenemos que ser revolucionarios en lo económico, porque el capitalismo no se deja reformar: si funciona a la perfección, nos destruye; si lo limitamos, nos destruye también. Ser anticapitalistas es la condición de posibilidad de que seamos, como lo es la mayoría, conservadores. Porque es imprescindible conservar las cosas, en constante asedio por parte del capitalismo, y los vínculos que en torno a ellas establecemos las personas. Porque, como dice Chesterton, que sabía que «nadie veneró más el pasado que los revolucionarios franceses» (a quienes debemos el reparto político de izquierda y derecha) el hombre es «un monstruo deforme, con los pies mirando hacia delante y el rostro mirando hacia atrás. Puede convertir el futuro en algo lujuriante y gigantesco, siempre que esté pensando en el pasado». Ahora bien, si bien no podemos partir de nada que no sean “los restos del naufragio”, si no queremos que nuestro programa sea el de la pura nada, no podemos aceptar sin más la tradición, la llamada “democracia de los muertos”, porque entre otras cosas es la sede del patriarcado. Contra ese sentido común tribal, subhegemónico, tenemos que edificar leyes e instituciones: derecho. El cual, como en la fábula de los trogloditas buenos, nos salve de nosotros mismos, que no podemos depender de una omnipresente virtud moral de todos y cada uno. Porque somos una chapuza, necesitamos esa chapuza que es el Derecho. Y sólo a través del Derecho, que introduce en la Historia un “progreso” que es el estricto contrario del progreso histórico del capitalismo, podemos permitir a la sociedad corregirse a sí misma, reformarse a sí misma, discernir y erradicar las malas herencias de las imprescindibles o las simplemente banales. Pero nada de eso es posible si no detenemos urgentemente, ya mismo, esa utopía con dientes que es el capitalismo, que nos conduce cada vez más rápido al abismo, donde no cabrá otra opción “de izquierdas” que la de la balsa de la Medusa, donde sólo podremos «suicidarnos dignamente tras entregar el último trozo de pan y el último beso a nuestro amado o a nuestro hijo.»
Nunca detendremos el capitalismo si continuamos confinados en nuestro rinconcito de la historia, en nuestra cuota del mercado electoral, pareciéndonos siempre a nosotros mismos, con nuestros tics y nuestras peleas de familia, encerrados en nuestras hiperintelectualizadas discusiones de escuela, como reos que en una cárcel sin ventanas no tienen nada mejor que hacer. Y para emprender esa tarea histórica, de la máxima urgencia, con la que dar un paso al frente e interpelar a la gente común, es preciso en primer lugar distinguir lo esencial de lo inesencial. Aquí lo tenemos.
(*) Daniel Iraberri es filósofo e investigador.

Debate sobre la nueva lista de izquierdas a las elecciones europeas. Hoy: Santiago Alba Rico

Debate sobre la nueva lista de izquierdas a las elecciones europeas. Hoy: Santiago Alba Rico



Digamos que en el Estado español ha habido y sigue habiendo dos formas de bipartidismo.
El primero es el bipartidismo de los vencedores: emanado del consenso de élites llamado “transición”, hoy en harapos, ha impuesto desde 1975 férreos límites -cuyos hierros se vuelven cada vez más visibles y opresivos- a los avances democráticos permitidos tras la muerte de Franco. Esa “transición” y esos avances democráticos están perdiendo rápidamente su legitimidad y su vigencia.
Pero hay también un bipartidismo de los perdedores. A la izquierda del PSOE hemos vivido siempre sometidos a una alternativa asfixiante -una pelota que rebota entre dos paredes cerradas- que nos ha obligado a escoger entre la versión pobre del “voto útil”, representado por IU y que IU ha usado una y otra vez para permanecer uncido al sistema; y la fidelidad a una izquierda extraparlamentaria que se ha dedicado, como los monjes con la cultura en la Edad Media, a conservar bien enlatada la pureza para un futuro de gloria revolucionaria del que nos alejamos cada vez más. Y mientras miles de militantes valientes, sensatos y realmente altersistémicos le hacían el boca a boca a IU, la izquierda extraparlamentaria, con sus militantes valientes, sensatos y altersistémicos, constituía una especie de Élite al Revés, tan minoritaria como la de los gestores del bipartidismo victorioso, pero sin medios para hacerse escuchar e incapaz de alcanzar un consenso. Durante décadas, mientras el bipartidismo dominante se pudría y pudría las instituciones democráticas, IU lamía los márgenes, con la lengua pegada al hielo, a expensas de sus principios y su militancia, y la Élite al Revés de la izquierda extraparlamentaria se obstinaba en buscar en las catacumbas la unidad de los añicos, una unidad que, alejada del poder, no tenía ninguna posibilidad de cristalizar y que, alejada de la gente, no tenía ninguna posibilidad de alcanzar el poder.
Cuando este doble bipartidismo parecía insuperable y definitivo, fue la calle -y no un acuerdo de partidos- la que lo declaró nulo. Fue el 15M, en efecto, con su secuela de mareas ciudadanas, el que, expresando de manera inesperada la indignación popular ante la crisis, impugnó al mismo tiempo el bipartidismo de los vencedores y el bipartidismo de los perdedores: todo el marco, en definitiva, de la “transición”. Cualesquiera que hayan sido sus límites políticos y hasta sus injusticias ideológicas, lo que no puede negarse es que, en términos de práctica política, hay un después del 15M y tiene que ver con la iluminación de una orografía institucional en la que ya no se puede romper con el bipartidismo del sistema sin romper también con el bipartidismo de la izquierda: con la alternativa -es decir- entre la izquierda Mal Menor y la izquierda Élite al Revés. Nuestro error ha sido quizás el de obsesionarnos con buscar la unidad dentro de nuestras filas cuando debíamos buscar el acuerdo más bien fuera , con esa potencial mayoría social, de pronto cabreada y al mismo tiempo activa, que por desgracia podría sumar también su indignación, en el derrumbe del bipartidismo dominante y a poco que nos descuidemos, a proyectos neofascistas o destropopulistas. No tenemos mucho tiempo. Los grandes peligros que nos atenazan -y atenazar es algo más que una metáfora- nos obligan a ganar. El 15M y su secuela de mareas ciudadanas, con sus muchos reveses y sus poquitas pero estimulantes victorias, nos permiten por primera vez plantearnos la posibilidad de hacerlo. El motor no pueden ser las organizaciones del doble bipartidismo sino esa tercera voz, potencialmente mayoritaria, que impugna el bipartidismo de los vencedores pero también el de los perdedores, esa potencial mayoría social dispuesta a defender sus derechos amenazados pero que considera a IU un apéndice -en su intestino- del sistema y a la izquierda extraparlamentaria una Élite al Revés de pureza jeroglífica; esa potencial mayoría social que desconfía del doble bipartidismo pero aprueba las reivindicaciones del 15M, apoya a la PAH y considera justo y bueno a Cañamero; la mayoría social que apuesta por esa ética común que exige pagar a los acreedores pero no a los chantajistas, que dice que robar está mal y por eso condena a los bancos y que considera que el derecho a una vivienda digna, a una escuela, a un tratamiento contra el cáncer, a una alimentación suficiente, a un mundo duradero, a la palabra libre y la libre autodeterminación, están por encima de cualquier consenso destinado a enriquecer a los ricos. Eso -según esa ética común- no se llama consenso sino conspiración; y conspiración para el crimen. Como los miles de militantes valientes, sensatos y altersistémicos de la izquierda piensan exactamente lo mismo que esta mayoría potencial, se trata de que la izquierda Mal Menor y la Izquierda Élite al Revés se pongan de acuerdo no entre sí sino con ella. La izquierda Mal Menor tiene que comprender que no puede liderar ninguna refundación de la izquierda con vocación de mayoría y la izquierda Élite al Revés tiene que comprender que el objetivo no es conservar la pureza sino los derechos; y que para eso hace falta llegar al poder y llegar al poder al margen del doble bipartidismo -de los vencedores y los perdedores- del sistema.
No me siento cómodo apoyando esta iniciativa, pero sí esperanzado. No me siento cómodo porque me he movido siempre entre la izquierda Mal Menor y la izquierda Élite al Revés y porque muchas de las objeciones me parecen razonables: sobre el momento, el liderazgo, los peligros de un fracaso. Me temo, en todo caso, que no habrá nunca un momento ni peor ni mejor y creo que los “momentos” guardan en su interior duraciones explosivas sin desplegar. Me temo también que en este marco institucional y mediático, que es el que nos está matando y en el que necesitamos ganar, hay que resignarse a un liderazgo bien controlado, a un títere resultón -si podemos decirlo así- de los colectivos y las mayorías. Considero asimismo que la previsión de un fracaso debe llevar a afinar la estrategia, pero no a abandonar el intento: en términos políticos, lo único que podemos perder son nuestras miserias.
Pero me siento también esperanzado. Me siento esperanzado porque la situación es desesperada. Los que comparan la situación de hoy con la que llevó hace 80 años al fascismo no exageran. La diferencia es que hace 80 años la izquierda, que no era consciente de los peligros, tenía en cambio más medios y más poder. Hoy somos muy conscientes de las amenazas y de la urgencia de una intervención, pero no contamos con herramientas ni -peor aún- con el apoyo de las víctimas. Ningún cambio será posible sin ese apoyo; y ese apoyo no será posible sin romper con el doble bipartidismo de la “transición”. Con fundamento o sin él, esta iniciativa pretende abrir ese camino.

Menea y vencerás...

Tuesday, April 22, 2014

Rebelion. Presentación en Madrid de "¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor"

UN LIBRO PARA DESBROZAR LA RESPUESTA A LA PREGUNTA IN-CONSUMIBLE: ¿QUE HACER?

Rebelion. Presentación en Madrid de "¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor"

Intervenciones de Luis Alegre, Yayo Herrero y el autor, Santiago Alba
Presentación en Madrid de "¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor"






El 27 de enero se presentó en la librería "Enclave de Libros", en Madrid, el último libro de Santiago Alba Rico, editado por Pol·len. No era cualquier día. Unas horas antes se había anunciado la retirada por parte del Gobierno de la Comunidad de Madrid del proyecto privatizador de seis hospitales y la dimisión del consejero de Sanidad Javier Fernández-Lasquetty. 

La alegría de la calle electrizaba también el ambiente de la presentación, a la que asistieron el autor, acompañado de Yayo Herrero, Carlos Fernández Liria, Luis Alegre y el editor, Jordi Panyella.

Por su interés, publicamos la transcripción de las intervenciones que quedaron registradas. Lamentablemente, faltan las palabras pronunciadas por Carlos Fernández Liria y la primera parte de la intervención de Luis Alegre. 


Luis Alegre Zahonero: "El manifiesto de la Izquierda que seremos"

[...] Esta brecha de principios incontestables, de principios universales es la que hay que aprovechar. Para aprovechar esa brecha, creo que la fórmula adecuada es la que condensa Santi en la tesis fundamental del libro, y que ya ha utilizado en otros sitios, como el prólogo a La Taberna Errante, esa novela magnífica de Chesterton. La fórmula de que hay que ser revolucionarios en lo económico, reformistas en lo instituciona y conservadores en lo antropológico.
Revolucionarios en lo económico implica que sin desactivar el sistema capitalista, pero sin desactivarlo de raíz, completamente, sin margen para ninguna reforma, nos vamos a encontrar siempre en la balsa de La Medusa, nos vamos a encontrar siempre con que la alternativa es comernos los unos a los otros o morir. En este sentido, no cabe más posibilidad que ser revolucionario en lo económico. Ser al mismo tiempo reformista en lo institucional.
Reformista en lo institucional significa: aprovechemos ante todo las brechas que permite el orden jurídico, la posibilidad de enfrentar a los poderosos con sus propias contradicciones. Que, sencillamente, no pueden cumplir las leyes que se dan a sí mismos, por el hecho mismo de ser leyes. Basta con que tenga que dar a las cosas forma de leyes - esto lo decía el otro día Julio Anguita, y pensé, parece mentira, parece que está hablando al dictado de Carlos Fernández-Liria, es una cosa verdaderamente increíble, hasta que descubrí que está hablando realmente al dictado de Sócrates, en el Libro I de La República- Decía: basta que los poderosos den a las cosas forma de ley para que ya no puedan cumplirla, para que ya sólo puedan hacer como que las obedecen encanallándolas. En este sentido es conveniente siempre ser reformista en lo institucional, no pretender nunca andar inventando la pólvora.
Y, mucho menos, en lo antropológico, en lo que cabe ser hasta conservador. Hasta conservador en el buen entendido, claro, no de conservar todas las tradiciones, todo este pringue, siempre con carácter universal, machista, patriarcal, etc, pero sí no andar teniendo grandes ocurrencias sobre los mecanismos que cabe pensar respecto a cómo los hombres y las mujeres deben ser felices. Mejor no tengamos muchísimas ocurrencias sobre esto. Los hombres y las mujeres encontramos la felicidad de formas bastante sencillas, bastante recurrentes, que basta con que el capitalismo nos deje un poco de tiempo libre como para que lo mejor que se nos ocurra hacer sea dedicarnos a pasar tiempo con nuestros amigos, a cuidar a nuestros hijos, a emborracharnos y a las cosas a las que nos dedicamos los humanos. ¡Ah! y a hacer política, y a recobrar la dignidad por la vía de asumir la tarea de no ser súbdito más que de esas leyes de las que sea uno mismo legislador. No obedecer a más leyes que aquellas de las que ha sido uno mismo el soberano.
Y esto implica también ser conservador en lo antropológico en el sentido de que por favor, no tratemos de inventar nada mejor que el ser humano. El ser humano es una chapuza, somos envidiosos, somos no sé qué, esta chapuza de la que habla siempre Dani, en esa reseña espectacular que has hecho del libro para Cuarto Poder hoy. Somos una chapuza que necesitamos del Derecho. No vamos a regenerar la naturaleza humana, pero sí podemos inventar leyes más justas, leyes en las que los ciudadanos puedan controlar a sus representantes, puedan exigirles que legislen en su nombre, puedan empoderarse. Sin necesidad de cambiar la naturaleza humana y conseguir algo mejor que el ciudadano que sería un hombre nuevo, como siempre insiste Carlos.
Y creo que estamos realmente en un momento en el que ese empoderamiento ciudadano es posible, en el que es posible plantar cara al secuestro institucional y la tiranía económica a la que estamos sometidos. Es posible plantarles cara. Yo no sé si es que estoy medio de pedo entre lo de Lasquetti y el ritmo que está tomando esta iniciativa que, en gran medida, el propio Santi impulsa. La iniciativa de PODEMOS, que está siendo ya en la semana que lleva de vida un mecanismo de empoderamiento ciudadano que ha hecho temblar en gran medida al sistema de partidos de la izquierda, que es una oportunidad espectacular.
Te quiero dar las gracias, Santi, no solamente por el libro, que espero sea el Manifiesto de la izquierda que seremos, o por lo menos de la que deberíamos ser, pero yo tengo confianza en que es la izquierda que vamos a ser, a fuerza de recuperar y no pelearnos con el sentido común, aprovechando en gran medida -y aquí aprovecho para pinchar un poco a Carlos- que vivimos en un país en el que, milagrosamente, el sentido común, es de izquierdas; gracias al 15-M el sentido común se ha vuelto de izquierdas, aunque su expresión política siga siendo de derechas.
Esto es una cosa alucinante. El CIS pregunta a la gente: "¿Está usted a favor de la nacionalización de la banca?" 80% sí. "¿Usted es de izquierdas o de derechas?" Respuesta: "¿yo? de derechas". Muy bien. Nos encontramos con una situación en que por primera vez el sentido común es de izquierdas y su expresión política es de derechas.
A lo mejor es un espejismo en el que estamos sencillamente embriagados, podría no ser más que un espejismo, pero nos encontramos en una semana de empoderamiento ciudadano gracias a la iniciativa de PODEMOS de la que Santi es impulsor, y te lo quería reconocer y agradecer. Podemos encontrarnos en un escenario en los próximos meses en el que no solamente el sentido común sea de izquierdas, sino que su expresión política también sea de izquierdas. Y para eso yo creo que necesitamos en gran medida un manifiesto. Y lo tenemos.

Yayo Herrero: "Repensar la dependencia, la producción, el concepto de riqueza, los espacios de militancia... confiar en la gente"

Yo querría señalar algunos aspectos que me han hecho pensar y que creo que pueden ser útiles del libro ayudarnos a repensarnos a nosotros mismos como personas que integran este espacio diverso amplio que llamamos la izquierda. En mi caso, las reflexiones que voy a hacer es como persona que integra el movimiento ecologista desde la perspectiva del ecologismo social, de un ecologismo anticapitalista. Voy a rescatar algunas ideas del libro que me parece que nos ayudan a replantar creencias que han colonizado nuestra cultura, y que pueblan los imaginarios tanto de la derecha como de la izquierda.
En primer lugar, el libro llama la atención sobre la necesidad de tomar conciencia de cuáles son las bases materiales que sostienen la existencia humana. Bases materiales que, a su vez, son condiciones antropológicas de vida. Y se señala de una forma clara cómo somos seres eco-dependientes que dependemos de la naturaleza. Una naturaleza que tiene límites, en cuanto a la cantidad de recursos que existen, en cuanto a la propia velocidad de regeneración de aquello que es renovable, como el ciclo del agua… Pero también existe una segunda dependencia material, la dependencia de los otros seres humanos. El libro hace un reconocimiento explícito y extenso a la tarea que en las sociedades patriarcales, no por el hecho de estar genéticamente mejor dotadas para hacerlas, sino por el hecho del rol que impone la división sexual del trabajo, han realizado y realizan las mujeres. El cuidado de los cuerpos vulnerables es una tarea profundamente material, pero también cargada de afectos y emociones.
Los seres humanos somos seres absolutamente inmanentes, vulnerables y ese elemento insoslayable de la vida humana, para mí, marca la política de un forma clara. Cada ser humano, en solitario, simplemente no puede sobrevivir. En el ciclo de vida humano es evidente en la primera infancia, es evidente cuando somos personas mayores y necesitamos del cuidado de otra gente simplemente para vivir vidas que merezcan la pena vivirse, aquellas personas que tienen alguna diversidad funcional o enfermedad necesitan también del trabajo -insisto- material, del cuidado de los cuerpos vulnerables de otras personas. Y, por tanto, es absolutamente imposible pensar en la supervivencia de un ser humano en solitario.
Es decir, somos seres interdependientes. Y eso, creo que es una clave central cuando pensamos qué es ser de izquierdas o qué es hacer política. El capitalismo ha ignorado sistemáticamente cuáles son las bases materiales que sostienen la vida, y por eso en las cuentas del sistema, ni se contabiliza la polinización, ni se contabiliza la fotosíntesis, y no son percibidas como riqueza. Pero tampoco contabiliza ese cuidado de los cuerpos vulnerables que hace simplemente que hoy todos y todas podamos estar aquí.
¿Qué es lo que sucede? Que una buena parte de la izquierda históricamente tampoco lo ha tenido en cuenta. Y por eso nos encontramos con movimientos de izquierdas a los que todavía les cuesta entender que el planeta tiene límites; que siguen apostando por salir de la crisis con políticas de corte neo-keynesiano, que no se van a poder sostener porque no hay recursos ni dinámica de la naturaleza que puedan sostenerlo; que siguen creyendo que vivimos en sociedades donde los cuerpos flotan por encima de sus propias necesidades y de su propia materialidad, sin que nadie los atienda. Digamos que hay sectores de izquierda, igual que el capitalismo en su conjunto, que siguen viendo la economía como si fuera ese iceberg del que solamente se mira lo que se compra y lo que se vende, lo que está sujeto a las reglas del mercado, sin darse cuenta de que, debajo, sosteniendolo todo, sosteniendo el conjunto del metabolismo social, hay una cantidad ingente de horas de trabajo que se incauta el sistema para ponerlo al servicio de la generación de beneficios, y que hay también una cantidad enorme de recursos que se extraen del planeta, que se deterioran irreversiblemente y que no serán susceptibles de otros usos en el futuro. El libro de Santi plantea esta problemática de una forma clara.
Negar la inminencia de los cuerpos, negar la vulnerabilidad de la vida humana ha contribuido de alguna manera a patologizar la dependencia. Desde luego, el capitalismo considera la dependencia una patología que hay que remediar de alguna manera. Y su solución es construir esa imagen, esa ficción de trascendencia, creando la dependencia del mercado. Es decir, nos creemos personas absolutamente independientes y autónomas, y lo que hacemos es ir destruyendo relaciones antropológicas esenciales y haciéndonos depender del mercado. Pero la izquierda también ha construido en buena medida históricamente esa pretensión de autonomía. Ese valorar, o subvalorar, mejor dicho, el poder de las relaciones y el poder de los vínculos.
¿Cuántas veces hemos participado en algún colectivo donde alguien, muy iracundo, decía "yo aquí no he venido a hacer amigos"? Pues yo, donde milito, quiero hacer amigos, porque no me parece que sea posible afrontar un reto como el que tienen que afrontar hoy los movimientos de izquierdas y los movimientos de emancipación si no construimos esos vínculos afectivos y de confianza. La lucha que tenemos por delante es tan desigual, tenemos tan pocas posibilidades que, o somos capaces de construir esa lucha con emociones, con sensación de apoyo mutuo, con la convicción de estar rodeados de la mejor gente que existe, de la más generosa, de aquella con la que podemos caminar, o será muy difícil poder hacerlo. Porque no nos gusta estar en espacios hostiles, no nos gusta estar en espacios donde la gente de la que te separa apenas nada es la que te machaca. Y yo creo que esa es una enfermedad que ha tenido una buena parte de la izquierda, que de forma permanente construye espacios hostiles que a casi nadie le gusta habitar.
Otro eje de reflexión es el de la producción, una noción en la que izquierda y derecha tienen percepciones bastante parecidas. El sistema capitalista, pero también una buena parte de las visiones más productivistas y desarrollistas de izquierdas, han reducido el concepto de producción al mero incremento de los excedentes sociales medidos en términos monetarios. Ciertamente con pretensiones muy distintas después: una es la redistribución y la otra es la acumulación del poder. Pero el problema es que medir la producción en términos monetarios, nos mete en un enorme lío. Porque cuando medimos la producción en términos monetarios dejamos de preguntarnos por la naturaleza de la actividad que sostiene ese crecimiento de la producción; dejamos de preguntarnos para qué sirve lo que producimos. Y llamamos producción lo mismo a las bombas de racimo que al trigo. Y una de esas “producciones” directamente impide la satisfacción de las necesidades humanas, las destruye, destruye el futuro; mientras que la otra producción lo que hace es sostener la vida. Por eso es muy importante vincular la producción a la satisfacción de las necesidades. Pensar en qué, para quién, cuánto y por qué lo producimos. Esta reflexión es crucial en un planeta con límites físicos.
Esto nos lleva directamente a otro tema nodal. Si hablamos de un planeta físicamente limitado, la única posibilidad de justicia es el reparto de la riqueza, pero no sólo de la monetaria. Hablamos del uso del poco petróleo que queda; hablamos de la viabilidad de universalizar determinados bienes que, incluso la gente de izquierda, ha acuñado la idea de que son casi derechos humanos: ¿Puede toda la población del planeta tener coche? ¿Puede toda la población del planeta comer carne cuatro veces a la semana? Físicamente no es posible . Aquello que no es generalizable, no es un derecho, sino que es un privilegio. Y, por tanto, si somos de izquierda y somos conscientes de que hay siete mil millones de personas en el planeta, de alguna manera, todos esos mitos que conducen a establecer determinados modelos productivistas o determinados modelos de desarrollo, habrá que revisarlos también.
Lo que plantea este libro nos puede hacer repensar, por ejemplo qué es un sindicato, cuál es la acción sindical que necesitamos hoy y qué es el trabajo. El sistema económico capitalista y la izquierda más ortodoxa comparten la misma noción de trabajo. "Trabajo es aquello que se hace en el espacio mercantil a cambio de un salario". Si pensamos en cómo se reproduce y se mantiene generacionalmente la vida, trabajo también es cuidar de los cuerpos vulnerables. Y de hecho, no es posible que exista el sistema económico capitalista si no es porque se apropia de un excedente en forma de tiempo social que las mujeres crean en los hogares para que los hombres, y algunas mujeres, puedan liberar tiempo para dedicarlo exclusivamente al mercado. Dice textualmente el libro: "Parir también es un trabajo". Y cuidar de los cuerpos vulnerables es un trabajo. Y el sistema económico capitalista, bajo su propia lógica, jamás podría reproducir una materia prima esencial del proceso productivo, como es la mano de obra. No hay manera de fabricar un ser humano dispuesto a trabajar por el mercado con salarios como los que hay ahora, de 600 euros, bajo la propia lógica capitalista. No lo podría pagar nunca. Por tanto, estamos concibiendo la mano de obra, que no es otra cosa que vida humana, como una mercancía que se pone al servicio del sistema económico capitalista sin valorar el trabajo que cuesta “producirlas”, que no solamente es físico, sino que impregna además e involucra las emociones.
Esta forma de pensar ha conducido a que buena parte de la izquierda y el propio capitalismo hayan establecido conceptualizaciones abstractas y descontextualizadas de los seres humanos. En el sistema económico capitalista hablamos del "Homo economicus", ese ser abstracto que supuestamente concurre cada día a los mercados y se da codazos con todo el que tiene alrededor para satisfacer su propio egoísmo. La "mano invisible" de Adam Smith es la que transforma toda esa suma de egoísmos en bien común. Pero la izquierda también ha acuñado sus propios seres abstractos, como cuando hablamos del "hombre nuevo" que llegará. Cuando hablamos de "la victoria final" que llegará, hablamos de seres desencarnados, que no pisan en su contexto, y cuya acción es guiada por las certezas universales e inamovibles de la izquierda. Pero los seres humanos vivimos en carne, pisamos contextos, y siempre estaremos sujetos y sujetas a todo tipo de contradicciones, a todo tipo de incertidumbres, porque la incertidumbre es una condición básica del funcionamiento complejo de la vida, como la física, la termodinámica y la ecología se encargaron de demostrar. Las leyes de la mecánica sirven para fabricar tornillos, pero no sirven para explicar lo vivo y, la política también es vida.
Dice Santi en el libro, de una forma sugerente, "si no hay hombre nuevo como ser abstracto que flota, y no hay momento idóneo de victoria final que vaya a estar libre de contradicciones y riesgos, el socialismo es el camino". El socialismo es también cómo hacemos las cosas, y por eso no nos da lo mismo hacerlas de una forma o de otra. Nos importa mucho el cómo construimos ese futuro, nos importan mucho los procesos por los cuales llegamos a él. Porque es ahí como se va construyendo "hombre nuevo" y es ahí como vamos estableciendo las relaciones de ese mundo que queremos que sea, con todas sus contradicciones.
A mí me parece que el libro nos aporta la posibilidad de repensar muchas categorías. Pensaba al leer el texto que la propia categoría de "clase" la hemos venido tratando como si fuera absolutamente estática, ahistórica, como una noción cristalizada. Si lees por ejemplo a Thompson, el plantea la clase, como una categoría también sujeta a evolución. Si llegamos a la convicción de que la producción es algo más que la producción mercantil capitalista, si incorporamos la idea de que la “producción de vida” también sostiene el metabolismo social, podemos reconfigurar y dar cabida dentro de la categoría clase a sujetos, habitualmente invisibilizados, que tienen experiencia de clase, pero no conciencia. Y yo creo que es fundamental incorporar y visibilizar a todos estas personas a la hora de construir grandes mayorías que puedan darle la vuelta a la situación que tenemos.
Hay una cosa en la que difiero con el libro, que la quiero poner sobre la mesa por si luego sirve para el debate. Santi hay un momento determinado en el que afirma que la situación de la naturaleza y de los ecosistemas es tan vulnerable ahora mismo que hace falta sostener a la naturaleza, sostener a la biosfera. Yo eso no lo creo. Si hablamos de sostenibilidad de la naturaleza es para sostenernos a nosotros mismos. Si cambian de una forma importante las condiciones biofísicas que hacen posible que los seres humanos vivamos en la Tierra, siempre habrá otras especies que puedan adaptarse e las nuevas condiciones. La biosfera ha pasado por grandes crisis y ha sido capaz de reorganizase. LO que puede suceder es que las condiciones hacia las que evoluciones no sean tan favorables para la especie humana. El concepto de sostenibilidad es enormemente antropocéntrico. La apuesta por la sostenibilidad es una apuesta por la viabilidad de la especie humana. Por eso sorprende que sea vista como una preocupación meramente ecologista.
Y me gustaría finalizar diciendo que creo que lo peor de las izquierdas más ortodoxas es cuántas veces se desprecia a la gente, lo poco que se confía poco en la capacidad de las personas de poder construir movimiento. Vivimos un momento delicado en el que convive la regeneración de la movilización política con el riesgo de emergencia de movimientos fascistas. Hay mucha gente extremadamente vulnerable, extremadamente precaria, extremadamente sola, extremadamente despolitizada, y eso es el caldo de cultivo para el fascismo. Hace falta reconvertir el metabolismo económico a una velocidad enorme y no creo que sea posible si no se consigue generar movilización social que parta de la idea básica del apoyo mutuo, de la vulnerabilidad de la persona. No hay manera de construir movimiento si no es así. Necesitamos movilizarnos con la racionalidad y con las emociones Y la izquierda necesita construir ese movimiento y esa ilusión, porque mientras tengamos el riesgo de que con una señora que no puede pagar la bombona de butano en su barrio de la periferia de Madrid se sienta más apoyada por un fascista que la izquierda organizada no podemos hacer nada.
Lo dejo aquí. Simplemente quiero señalar que a mí me ha servido este libro para repensar muchas cosas de mí misma y del movimiento en el que soy activista y creo que es un instrumento muy valioso para abrir muchos debates y tratar de ver cómo podemos virar este camino que nos lleva directamente al desastre.

Santiago Alba Rico: "Un programa de izquierdas al borde de un mundo mucho peor: revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico"

Yo creo que hemos entendido todos bien lo que ha querido decir Luis cuando hablaba de un "subidón". Si uno cae en un abismo de dos mil metros y abajo hay una cama elástica que te permite subir de pronto dos metros, es un subidón, aunque nos quedan todavía 1998 metros para salir del abismo...

Quiero dar las gracias obviamente a Luis, a Carlos y a Yayo, que no están aquí por casualidad, ni tampoco el acuerdo al que ha aludido Carlos es un azar. Me parece extraño que Yayo diga que gracias a este libro ha repensado cosas. Bueno, son estos viajes de ida y vuelta; las cabezas son centrifugadoras donde se lava la colada de mucha gente; y, obviamente, si a ella le obliga a repensar cosas es porque, de alguna manera, yo también las he pensado gracias a ella. Lo mismo con Carlos y con Luis. Y lo mismo con algunas otras personas que están aquí: Eduardo, o Nonita, o Clara, o Dani, o Belén, que me ha hecho una enorme ilusión que viniera esta tarde a este acto y con quien tengo una deuda afectiva e intelectual enorme. El hecho de que Carlos, Luis y Yayo estén aquí, obviamente, tiene que ver con ese acuerdo y, sobre todo, con los dos aspectos más polémicos del libro: el que tiene que ver con eso que yo llamo "reformismo institucional" y con lo que llamo "conservadurismo antropológico", la ética de los cuidados, el ecofeminismo y demás.

Naturalmente, querría dar las gracias a la librería Enclave de Libros, que no conocía y que nos ha dado hospitalidad esta tarde, a todos los que estáis aquí y al editor, al que le decía que no sabía si darle las gracias o maldecirle: cuando me propuso escribir este libro yo tardé mucho tiempo en responderle, por motivos obvios que todos comprenderéis, y que, probablemente, compartiréis. Tengo muchas más preguntas que respuestas, tengo muy pocas certidumbres; digamos que durante los tres últimos años algunas de las certidumbres que creía muy asentadas, incluso, se han debilitado; y cuando me hizo esta propuesta Jordi en nombre de Pol-lens, tras algunos meses, si no recuerdo mal, de silencio y de pensarlo largamente, que a lo mejor el desafío de escribir este libro era una forma de responderme a mí mismo algunas preguntas, algunas cuestiones que no tenía en absoluto claras. En todo caso, hay que decir también, que todos los que lo habéis leído sabéis que este triple programa -revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico- se remonta muchos años atrás. Empecé a hablar de este triple programa probablemente hace ocho o diez años. En ese sentido, el libro no hace sino articular, de una manera más amplia y -yo espero que más o menos coherente- esta triple propuesta.

Al mismo tiempo, sin embargo, sí que creo que hay cuestiones en el libro que tienen que ver con esa articulación en un momento en el que, por un lado, es muy necesario salir de ese abismo en el que estamos cayendo y que tiene que ver con eso a lo que aludía Yayo al final de su intervención; tiene que ver con un cierto desprecio por la gente, que a mí, personalmente, se me ha hecho muy manifiesto a lo largo de lo que se ha mal-llamado "primavera árabe", revoluciones árabes, etc.

En cualquier caso este libro tiene un título que puede parecer provocativo "¿Podemos seguir siendo de izquierdas?", y encima, un subtítulo que parece como una lítote o atenuación: "Panfleto en sí menor". Y hay muchas personas que me han preguntado: ¿por qué la pregunta? y ¿por qué, además, esta atenuación en la respuesta?, y creo que es necesario explicarlo. Yo, en broma, algunas veces he dicho: "bueno, podía haberlo titulado: "Manual de instrucciones para linchar a Santiago Alba Rico", pero me hubiera parecido inmodesto y demasiado narcisista. Y, por lo tanto, me parece que este título cumple la misma función, pero es más riguroso y más impersonal.

"Podemos". El verbo poder es de una enorme ambigüedad semántica. Cuando vemos una señal de tráfico de prohibido adelantar, no podemos adelantar porque lo prohibe la ley y porque a lo mejor si adelantamos y viene un coche de frente, nos matamos y matamos a alguien. Pero, en principio, no hay ningún límite material: una señal de tráfico no es un muro en el camino. Hay poderes que son prescripciones, otros que son prohibiciones, otros que señalan límites materiales infranqueables. Si el título del libro hubiera sido "¿Podemos seguir siendo buenos?" "¿Podemos seguir siendo solidarios?" "¿Podemos seguir siendo justos?" "¿Podemos seguir siendo generosos?" Es más, "¿Podemos seguir queriendo a nuestros hijos?" o "¿Podemos seguir cuidando a nuestros ancianos?" o "¿Podemos seguir respetando a los enfermos, prestándoles atenciones?" La pregunta hubiera generado un cierto escándalo, hubiera parecido que esto es de un cinismo tremendo, o que el programa que iba a defender es un programa de aniquilación de los niños, de los ancianos, de aniquilación de los enfermos. Y, en algún sentido, cuando me pregunto ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? me refiero sencillamente a si es materialmente posible. Como ha dicho en su intervención Luis, refiriéndose a un acontecimiento histórico que utilizo como una metáfora, el de la balsa de "La Medusa": en un universo en el que los padres tuviesen que comerse a sus niños, que no sería la primera vez que ha ocurrido -de hecho, en largos períodos de la historia los abandonaban los bosques, como relatan los cuentos, y desde luego el capitalismo, si pensamos en el libro de Mike Davies sobre las hambrunas en el período victoriano tardío en la India o en China, demuestra cómo a partir de cierto grado de hambre, todos los vínculos sociales se descomponen y se acaban haciendo barbaridades: la elección finalmente parece que es : "o me suicido o me como a mi hijo". En esas condiciones no es posible ser de izquierda.

El libro no es optimista. Parte de ciertos datos que hay que afrontar con claridad. Imaginemos que estamos realmente en vísperas de la disolución del capitalismo, en una fase terminal del capitalismo. Sería una gran ingenuidad -y esto tiene que ver con algunas de las cuestiones que planteo luego sobre la relación y la pugna entre la historia y la sociedad- creer, como creyó la clase obrera durante mucho tiempo, entre 1880 y 1930, que estamos nadando a favor de la corriente, que lo que sustituya al capitalismo va a ser necesariamente mejor. Lo que entrevemos por ahí es que el mundo puede ir mucho peor. Si pensamos en un contexto de degradación ecológica, con una saturación de armamentos capaces de destruir muchas veces el planeta, con un retroceso de conquistas sociales, con eso que yo llamo la fase superior del capitalismo, que es la mafia, una creciente presencia de las mafias, podemos pensar que vamos a vivir en un mundo mucho peor. Y claro, si finalmente vivimos en un mundo tan malo que la única posibilidad que le queda a las mujeres es soñar con encontrar un harén donde estén a merced de un hombre muy rico y más o menos generoso, y a los hombres convertirse en esbirros del mafioso más poderoso y que mejor les proteja de una muerte inminente, pues ahí ser de izquierdas es complicado.

Al mismo tiempo, esta pregunta -¿podemos seguir siendo de izquierdas?- viene a decir: en vísperas de un mundo que podemos imaginar así, para evitarlo, ¿podemos seguir siendo de izquierdas de la misma manera? Yo ahí concluyo con algunos datos, que se pueden aceptar o no, y que habrá que discutir, sin duda. El dato, primero, de que la sociedad, que tiene sus propias leyes de construcción, muchas veces enfrentada a la historia, ha buscado incluso a lo largo de los últimos quince mil años evitar ser subsumida en ese vientre de ballena devorador que es la historia. La sociedad de alguna manera es irrecuperable para la transparencia, para la conciencia; va a haber siempre zonas necrosadas, opacas, va a haber diversas fuentes de opresión y de alienación con las que no vamos a poder acabar. Si tenemos una sociedad que es irrecuperable para la conciencia; si tenemos un sentido común capitalista en el que, como en un precipitado químico, se mezclan el consumismo, el hedonismo de masas, la incapacidad material a través de las nuevas tecnologías para representarse los efectos que introducimos a nivel mundial; si tenemos nuevas tecnologías, no sólo capaces de destruir el mundo, sino que generan nuevas fuentes de alienación; y si, además, somos los herederos de una historia en la que se mezclan la derrota violenta, por parte de un enemigo feroz y sin escrúpulos, junto con un fracaso que tampoco se puede negar, en vísperas de ese mundo imaginable, de guerra de mafias o de sectas, con armamentos brutales en el que a las mujeres no les va a quedar más solución que el harén y a los hombres convertirse en esbirros de mafiosos, hay que preguntarse: ¿podemos seguir siendo de izquierdas de la misma manera?

De eso trata el libro. La respuesta es cuál sería un programa de izquierdas en vísperas de ese "otro mundo posible", mucho peor que este, para evitarlo y construir un mundo mejor que, como dice Wallerstein, sea relativamente más igualitario, relativamente más justo y relativamente más democrático. Ese programa es eso que yo propongo discutir que es: revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico.

Sobre el primer punto creo que no hay ninguna diferencia fundamental entre nosotros. Quiero decir, que el Manifiesto Comunista de Marx y Engels sigue siendo de una actualidad pavorosa. De hecho, es cada día más actual. Y es un texto básico, comprensible para todos, que permite saber -porque ahí lo explica muy bien Marx- por qué el capitalismo es irreformable, y cómo funcionan las crisis; cómo, en realidad, en una crisis toda solución desde el interior que se pretenda para solucionar una crisis capitalista agrava el problema, naturalmente en beneficio de una clase social que va a acaparar los beneficios.

Y luego están los otros dos puntos, que quizás sí plantean más problemas. Y empiezo por el último: conservador en lo antropológico. Naturalmente, a nadie se le ocurrirá que se me está pasando por la cabeza defender la ablación del clítoris, la lapidación o el patriarcado. Estoy hablando de cosas muy sencillas. Y de algo que tiene que ver con el hecho de que las apariencias son de alguna manera irreductibles, que lo que caracteriza esa chapuza que llamamos ser humano tiene que ver con las apariencias: los seres humanos no viven entre las causas, viven entre las cosas, viven en un mundo de apariencias. Y la apariencia es irreductible.

Por una casualidad que lamento que se haya producido ahora, porque hubiera introducido esa cita en mi libro, releyendo los pensamientos de Pascal me encontraba con una frase que, como tantas otras de Pascal -que era un gran materialista, sobre todo cuando tenía que pensar lo imaginario, la hegemonía cultural- dice algo así como: cuando de algo no se sabe la verdad, es bueno que haya errores comunes que fijen el espíritu humano. No dice que es "inevitable", que lo es; dice que es incluso "bueno". Es el hecho de que los seres humanos no viven entre las causas, viven entre cosas: viven entre montañas, entre árboles, entre otros seres humanos, viven entre objetos que ellos mismos han creado, y cada vez que introducen algo en el mundo, con ese cuerpo que ya es una fuente de opacidad y de alienación, introducen una nueva opacidad en el mundo, cuya consistencia coriácea habrá que combatir.

Quiere esto decir que si las apariencias son irreductibles, y habiendo, como hay, muchas maneras de decir el ser humano, lo que no hay es una forma científica de ser hombre. Creo que eso es algo que deberíamos aceptar. Si no hay ninguna forma científica de ser hombre, tenemos, de alguna manera, que resignarnos, pero buscando ahí también placer, satisfacción, a vivir en un mundo de apariencias. Y cuando hablo de apariencias -y por eso digo conservador- ¿de qué estoy hablando? Estoy hablando de la Tierra, estoy hablando de los objetos y estoy hablando de los cuerpos. Una silla es una apariencia, no sólo porque es un relato que hay que desmontar para saber quién lo ha fabricado y en qué condiciones de producción, sino porque cuando uno se sienta en una silla olvida, legítimamente, el esfuerzo que ha hecho falta para fabricarla. Y es muy legítimo olvidar la silla en la que uno está sentado.

Una silla es una apariencia. Y si hay algo que reprocharle al capitalismo, aparte de todos los muertos que ha producido, todas las guerras, la destrucción del planeta, es precisamente que mantiene una guerra a muerte contra las apariencias. Y por lo tanto, digamos, a contra de la crítica que se hace al capitalismo y al consumo desde la derecha, por "materialista", es una corriente mística, que lo disuelve todo en un permanente proceso constituyente. Un permanente proceso constituyente es un permanente proceso destituyen. Y eso es la mística. Los santos que se iban al desierto lo que decían era: "cuidado, todo es apariencia y todo debe ser disuelto en el único poder constituyente que es Dios, y vamos a entrar en relación directa con Dios". Yo creo que los seres humanos no pueden entrar en relación directa con ningún dios: lo hacen siempre a través de ídolos, de montañas, de árboles, a través de otros cuerpos. Y, en cualquier caso, es bueno, es necesario, frente a ese tsunami místico del capitalismo, defender las apariencias. Defender la tierra, defender las cosas y defender los cuerpos. ¿Y por qué no hay ninguna forma científica de ser hombre? Porque si hay muchas maneras de decir el ser humano, en todo caso, en todos los lugares del mundo, hay dos formas de decirlo que se repiten, y todas dicen: el ser humano es mortal, es finito; y el ser humano se reproduce a través de los cuerpos femeninos. Lo que genera luchas, que no tienen que ver siempre con la lucha de clases, que las atraviesan, y que son fuente de atrocidades sin límite.

En todo caso, estas dos formas de decir el ser humano que de alguna manera comparten todos los decires del ser humano son las que generan, y generarán siempre, una forma de producir sociedad humana, inseparable de focos necrosados, de alienación. Como decía Lukács, no habrá, -y yo no quiero que haya- otro mundo posible sin lucha de clases en el que la cuestión cotidiana, la única que tendrá que afrontar el ser humano, será la cuestión metafísica de la muerte y, por lo tanto, del sentido de la vida. El ser humano si algo ha producido siempre es sentido de la vida. Justicia, pocas veces. Igualdad, muy pocas veces. Derecho, muy pocas veces. Pero sentido de la vida lo producimos, lo segregamos como los caracoles baba. Y por lo tanto, no será ese el problema. Y no es ese el problema al que debe hacer frente la izquierda.

Si reconocemos que hay un ámbito que es social, que tiene sus propias leyes de construcción, enfrentado al vendaval de la Historia que ta bien ha descrito Carlos, al que cito muchas veces en el libro, ¿cuál es la mediación que existe entre la Historia y la sociedad? Identificando la Historia como una fuerza natural, que impide -como bien ha explicado Carlos- la apertura de espacios contra el tiempo para sostener en público palabras con sentido. Pues la única mediación que a mí se me ocurre es, precisamente el Derecho. La única transparencia que hay en un mundo de opacidades entre el vendaval de la Historia y la necrosis social es el Derecho. Y como, en cualquier caso, los seres humanos tenemos un cuerpo mortal, del que nos avergonzamos, porque si algo produce vergüenza -eso lo llamaban los griegos "aido", pudor- es el ir a morirse, la única transparencia que se puede introducir entre la sociedad y la historia es el Derecho. Y digo, como en cualquier caso, esa transparencia va a estar siendo permanentemente borrada por la finitud de las relaciones humanas, los cuidados, por todas las trampas que nos tiende el lenguaje y todas las trampas que nos tienden los cuerpos, hay que fijar esa transparencia en leyes, porque, de otra manera, olvidaríamos qué es exactamente lo que debemos hacer, lo que significa un progreso bajo el vendaval de la Historia o bajo la presión espesa de las tradiciones.

Esto es lo que yo cuento en este libro, a sabiendas de que una vez que termina uno un libro, el mundo sigue encadenando acontecimientos y uno sigue pensando. Es una suerte poder escribir un libro, porque te obliga a pararte y a reflexionar, pero obviamente, este libro yo mismo ya lo he superado. Como decía Bernard de Claraval, un gran teólogo, muy malvado por lo demás, que acababa siempre sus libros: "terminó el libro pero no la búsqueda". Y es así, esa búsqueda es sin duda de un mayor conocimiento, y creo que desde la izquierda, a veces, una cosa que nos falta es conocimiento. Y por eso es para mí un privilegio no solamente tener sobre mis hombros el peso de las generaciones muertas -"la democracia de los muertos" de la que hablaban Marx y Chesterton-, sino también esta atracción de las generaciones que me suceden, que yo creo que en bastantes aspectos son más inteligentes, lúcidas y están mejor formadas que la nuestra. La búsqueda, por lo tanto, implica aprender más acerca de lo que está ocurriendo, tratar de conocer lo más posible. Pero también es una búsqueda de una práctica política que, aceptando que estamos en vísperas de un eventual apocalipsis y partiendo de los datos que he mencionado en este libro, es necesaria una práctica política que entronque con esas mayorías que, como digo en el libro, creen ser de derechas, pero son de izquierdas.

Por tanto, la respuesta a "¿Podemos seguir siendo de izquierdas?" requiere añadir dos preguntas más: Una es ¿qué queremos? Y la otra es si queremos. Gracias



http://www.rebelion.org/noticia.php?id=180405


Sunday, April 06, 2014

HOLANDA PODERÁ PROVOCAR O COLAPSO DO EURO ?

HOLANDA PODERÁ PROVOCAR O COLAPSO DO EURO ? | TriploV Blog



HOLANDA PODERÁ PROVOCAR O COLAPSO DO EURO ?

by TriploV Blog
Por Matthew Lynn, El Economista
A bolha imobiliária estourou, o país está em recessão, o desemprego
sobe e a dívida dos consumidores é 250% do rendimento disponível. O
grande aliado da Alemanha na imposição da austeridade para todo o
continente começa a provar o amargo da sua própria receita.
[A Holanda começa a provar o amargo da austeridade que o seu ministro
das Finanças quer aplicar em toda a Europa.]
Que país da zona euro está mais endividado? Os gregos esbanjadores,
com as suas generosas pensões estatais? Os cipriotas e os seus bancos
repletos de dinheiro sujo russo? Os espanhóis tocados pela recessão ou
os irlandeses em falência? Pois curiosamente são os holandeses sóbrios
e responsáveis. A dívida dos consumidores nos Países Baixos atingiu
250% do rendimento disponível e é uma das mais altas do mundo. Em
comparação, a Espanha nunca superou os 125%.
A Holanda é um dos países mais endividados do mundo. Está mergulhada
na recessão e demonstra poucos sinais de estar a sair dela. A crise do
euro arrasta-se há três anos e até agora só tinha infetado os países
periféricos da moeda única. A Holanda, no entanto, é um membro central
tanto da UE quanto do euro. Se não puder sobreviver na zona euro,
estará tudo acabado.
O país sempre foi um dos mais prósperos e estáveis de Europa, além de
um dos maiores defensores da UE. Foi membro fundador da união e um dos
partidários mais entusiastas do lançamento da moeda única. Com uma
economia rica, orientada para as exportações e um grande número de
multinacionais de sucesso, supunha-se que tinha tudo a ganhar com a
criação da economia única que nasceria com a introdução satisfatória
do euro. Em vez disso, começou a interpretar um guião tristemente
conhecido. Está a estourar do mesmo modo que a Irlanda, a Grécia e
Portugal, salvo que o rastilho é um pouco mais longo.
Bolha imobiliária
Os juros baixos, que antes do mais respondem aos interesses da
economia alemã, e a existência de muito capital barato criaram uma
bolha imobiliária e a explosão da dívida. Desde o lançamento da moeda
única até o pico do mercado, o preço da habitação na Holanda duplicou,
convertendo-se num dos mercados mais sobreaquecidos do mundo. Agora
explodiu estrondosamente. Os preços da habitação caem com a mesma
velocidade que os da Flórida quando murchou o auge imobiliário
americano.
Atualmente, os preços estão 16,6% mais baixos do que estavam no ponto
mais alto da bolha de 2008, e a associação nacional de agentes
imobiliários prevê outra queda de 7% este ano. A não ser que tenha
comprado a sua casa no século passado, agora valerá menos do que pagou
e inclusive menos ainda do que pediu emprestado por ela.
Por tudo isso, os holandeses afundam-se num mar de dívidas. A dívida
dos lares está acima dos 250%, é maior ainda que a da Irlanda, e 2,5
vezes o nível da da Grécia. O governo já teve de resgatar um banco e,
com preços da moradia em queda contínua, o mais provável é que o sigam
muitos mais. Os bancos holandeses têm 650 mil milhões de euros
pendentes num sector imobiliário que perde valor a toda a velocidade.
Se há um facto demonstrado sobre os mercados financeiros é que quando
os mercados imobiliários se afundam, o sistema financeiro não se faz
esperar.
Profunda recessão
As agências de rating (que não costumam ser as primeiras a estar a par
dos últimos acontecimentos) já se começam a dar conta. Em fevereiro, a
Fitch rebaixou a qualificação estável da dívida holandesa, que
continua com o seu triplo A, ainda que só por um fio. A agência culpou
a queda dos preços da moradia, o aumento da dívida estatal e a
estabilidade do sistema bancário (a mesma mistura tóxica de outros
países da eurozona afetados pela crise). A economia afundou-se na
recessão. O desemprego aumenta e atinge máximos de há duas décadas. O
total de desempregados duplicou em apenas dois anos, e em março a taxa
de desemprego passou de 7,7% para 8,1% (uma taxa de aumento ainda mais
rápida que a do Chipre). O FMI prevê que a economia vai encolher 0,5%
em 2013, mas os prognósticos têm o mau costume de ser otimistas. O
governo não cumpre os seus défices orçamentais, apesar de ter imposto
medidas severas de austeridade em outubro. Como outros países da
eurozona, a Holanda parece encerrada num círculo vicioso de desemprego
em aumento e rendimentos fiscais em queda, o que conduz a ainda mais
austeridade e a mais cortes e perda de emprego. Quando um país entra
nesse comboio, custa muito a sair dele (sobretudo dentro das
fronteiras do euro). Até agora, a Holanda tinha sido o grande aliado
da Alemanha na imposição da austeridade por todo o continente, como
resposta aos problemas da moeda.
Agora que a recessão se agrava, o apoio holandês a uma receita sem fim
de cortes e recessão (e inclusive ao euro) começará a esfumar-se. Os
colapsos da zona euro ocorreram sempre na periferia da divisa. Eram
países marginais e os seus problemas eram apresentados como acidentes,
não como prova das falhas sistémicas da forma como a moeda foi
estruturada. Os gregos gastavam demasiado. Os irlandeses deixaram que
o seu mercado imobiliário se descontrolasse. Os italianos sempre
tiveram demasiada dívida. Para os holandeses não há nenhuma desculpa:
eles obedeceram a todas as regras.
Desde o início ficou claro que a crise do euro chegaria à sua fase
terminal quando atingisse o centro. Muitos analistas supunham que
seria a França e, ainda que França não esteja exatamente isenta de
problemas (o desemprego cresce e o governo faz o que pode, retirando
competitividade à economia), não deixa de continuar a ser um país
rico. As suas dívidas serão altas mas não estão fora de controlo nem
começaram a ameaçar a estabilidade do sistema bancário. A Holanda está
a chegar a esse ponto. Talvez se tenha de esperar um ano mais, talvez
dois, mas a queda ganha ritmo e o sistema financeiro perde
estabilidade a cada dia. A Holanda será o primeiro país central a
estourar e isso significará demasiada crise para o euro.

Thursday, April 03, 2014

Tràiler Oficial "La revolución de los ángeles"





En una España no muy lejana triunfa una revolución liderada por personas que ya no tienen nada que perder. Enfermos terminales que no podrán ser castigados penalmente porque les queda demasiado poco tiempo de vida. Individuos que se rebelan contra el sistema para dar un sentido a su muerte natural.

Una mujer ejemplar, Sofía del Valle, es la primera que enciende la mecha asesinando al ministro de Sanidad desde la misma cama del hospital donde espera la muerte por un cáncer de páncreas. Confiesa su asesinato en Youtube y se convierte en el vídeo más reproducido de la historia de España. Pronto llegan nuevos asesinatos de políticos corruptos protagonizados por otros enfermos terminales, es una reacción mimética, en cadena e imparable, a pesar de las artimañas de los poderosos para frenarlos. Paralelamente, la sociedad convierte a los criminales en héroes.

El cambio real llega cuando los hasta ahora privilegiados se dan cuenta que no están a salvo en ninguna parte. Cualquier persona que los rodee puede ser un potencial enfermo terminal que no dudará en acabar con su vida antes de morir. Sienten miedo. Ese miedo que el poder ha utilizado desde siempre como mecanismo de control social ahora lo sufren en sus carnes. Es un cambio de tornas que lo transforma todo, la piedra angular de “La Revolución de los Ángeles” que desembocará en un nuevo modelo político y social mucho más justo.